18.12.17

Star Wars VIII y el puzzle de seis mil piezas

Volver a nacer en la ilusión. Millones de fanáticos se agolpan en las puertas de los cines, en las colas para sacar palomitas, en los fotocall, en los stands de merchandasing... Llevan con la entrada comprada desde el primer día que salieron a la venta y su tensión arterial empieza a dar la voz de alarma porque ya no son unos niños. Quizá sus hijos, herederos de su entusiasmo lo son, pero ellos no. Como si de una peregrinación mística se tratase una vez al año, verbigracia de una compañía que quiere el monopolio de la Ilusión, los ojos de esos padres e hijos se llenan de expectativas de lo que ya es un acontecimiento obligado. Y todo se tiene que vivir para gracia y gloria de esa expectativa. Ya hayas visto cada fotograma publicado profetizando "La Llegada" o si te has mantenido en un sepulcral voto de castidad visual, cada fiel seguidor rinde su particular pleitesía a un evento cinematográfico creado expresamente para replicar y fomentar la ilusión. Pero amigos, pasados los años, pasada la emoción inicial, pasado cierto tiempo y muchas muchas pero que muchas vicisitudes uno se da cuenta que la ilusión es una cáscara vacía que nos instan a llenar de objetos y experiencias dirigidas. Todos compramos figurillas, muñecos, disfraces, espadas láser, cromos, menaje... todo eso para crear esa identidad de aquellos que enarbolan la bandera de una religión que se fundamenta en una ilusión vivida en una época remota de nuestra historia. Replicamos e imponemos a las nuevas generaciones ese despertar en la fantasía porque entendemos que ese momento fue importantísimo en nuestras vidas. Sin embargo, tan sólo fue un instante y todos sabemos que fue irrepetible y también sabemos que llenarlo con la reiteración anual no hará más grande la ilusión. Queda entonces como un mecanismo de simulación automatizado, como todo en esta civilización. Todo se manufactura, etiqueta, se empaqueta y se vende. Yo puedo afirmar sin tapujos que lo que hace Disney es una maniobra equilibrada, intencionada y artificial de general productos de ocio y cultura. Es fácil decirlo y muy fácil demostrarlo. Pero con todo ese baúl de afirmaciones y la sensación de ser más listo por saber que te están manipulando hay que ver las películas como lo que son, Películas. Es complicado deshacerse de la pátina que ejerce esa atracción hacia el espectáculo como algo más que una película y que puede que sea lo que más perjudica a los creadores a la hora de afrontar un nuevo film. Unos piensan que las libertades del guionista se deben ceñir a los parámetros que ya se conocen, otros esperan apariciones estelares y guiños a gogó, muchos piensan que es mucho mejor adoptar una posición original y que lo mejor es tratar de ser valiente rechazando que la historia sea propiedad de aquellos que la hicieron nacer o de aquellos que han estado siguiendo de forma sagrada unas peliculillas más o menos entretenidas.
   
    Y soltado este rollo estúpido que no va a ninguna parte. ¿Qué hay qué decir del último capítulo de la saga? Lo más inmediato es que es irregular. Hay multitud de aciertos y una serie de patinazos que te sacan de la película brevemente porque empastan demasiado en una historia disgregada con una de las tramas que permanece en un estatismo demasiado forzado, como queriendo huir de paralelismos con otras cintas. Pero vayamos a la experiencia general porque me gustaría comentar algo que sucede últimamente y resulta paradigmático de nuestra era de internet. Bien, el ritmo de la película es bastante trepidante en su inicio, cono dosis de humor que personalmente agradezco, y una buena secuencia de acción emocionante. El problema es que al dejar la película tan arriba el resto del metraje empieza a decaer, no por sus defectos sino porque entramos en un ritmo mucho más pausado durante una buena parte del film. Sin embargo, en el reencuentro con Luke, su reticencia a embarcarse en la aventura y la frustración de Rey imprimen el ritmo del siguiente tramo de la película sosteniendo a duras penas un segundo escenario menos acertado desarrollado con el resto de personajes. Hay secuencias que nos sacan ligeramente de la película y que pueden resultar prescindibles o al menos, en mi opinión, apresuradas en su planteamiento. La película vuelve a remontar cuando hay un reencuentro de los personajes en el escenario principal y se desarrolla una dramática lucha entre los dos bandos. Me parece grandiosa la forma en la que Luke cierra su viaje dejando claro el paralelismo con Obi Wan y sus fracasos con Ben/Anakin. "Enséñale a fracasar" le dice Yoda a un Luke cansado y abatido. El desenlace nos deja con los bandos muy claros y con una forma de exponernos el descenso al lado oscuro más compleja de lo que creíamos. Hay sustancia en esta historia y eso es lo importante.
   
     Bien, y lo que queda, lo que tanto se ha criticado forma parte de la necesidad de deconstruir los productos audiovisuales como si fuesen puzzles con seis mil piezas y cada pieza fuese determinante para que toda la película funcione. Tendemos a separar los elementos "no me gusta esta gracia", "no me gusta Leia Poppins", "No me gusta que Snoke no sea tal o cual" y puede que esas decisiones respondan a cuestiones más imbricadas en la historia de lo que podamos pensar. Pero se produce la cerrazón del elemento concreto, damos la vuelta a la pieza y el puzzle final que vemos está lleno de huecos que hacen que la imagen completa nos chirríe. Quizá haya situaciones, momentos o personajes que nos sacan un poco de la historia, pero siempre aportan algo y creo que a parte de expresar su incomodidad plantean cuestiones que pueden aportar claves.
   
     Bueno. Y hasta aquí el desvarío personal. La valoración general es positiva, pero no es ni con mucho la mejor película de todas las de la saga.