Intenté ser un tipo normal, conseguí incluso que me respetaran en el trabajo. Pero no podía evitar pensar que todo el mundo me la tenía jurada. Poco después reflexioné sobre el asunto y llegué a la conclusión que en realidad yo era quien se la tenía jurada al mundo.
Es normal despertarse de mal humor por las mañanas sobre todo si vives en esa zona de la ciudad tan moderna y cosmopolita que se acuesta a las 3 de la mañana y tan responsable y cuidada que se despierta a las cinco. En ese momento piensas que los doscientos euro que pagas por vivir en puto y bohemio centro de la ciudad no se pueden en invertir en cristales reforzados. Pero ahora tienes que desperezarte para llegar a ese trabajo de tu vida en el ayuntamiento. Allí al menos tengo el espacio y el tiempo necesario para escribir algo decente como por ejemplo una nutrida carpeta llena de formas ideales e imaginativas para acabar con todos los estúpidos que bajan a veces a este armonioso rincón de paz. Son funcionarios que creen que saben todo y que restriegan su putrefacto "pack de bienvenida" para familias felices de las afueras, mi Freelander tal, mi chalet con piscina o mi último viaje a los Fiordos. Todo eso es muy bonito pero esos terribles y astutos androides nunca han sentido la necesidad de cuestionarse las cosas, nunca se han preguntado si valía la pena el precio que pagaban por todo su entusiasmo consumista, o si realmente tenían que hacer lo que estaban haciendo allí. No había una propuesta ni una duda razonable en ellos. Hacían las cosas y punto, era lo que se supone que debían hacer, era para lo que se habían preparado. En ocasiones hasta me dan lástima. Pero ahí estaba yo, en el peldaño inferior intentando creer que todos ellos necesitan una lección. Yo era tan parte de los males del mundo como aquellos bebecafés y tragabetsellers de tres al cuarto. La mierda nos salpica a todos y que te des cuenta de ello no te hace impermeable. Normalmente se me pasaría esta neura pero he vislumbrado un poco las cosas y creo que es hora de salir del tiesto. Hace tiempo que ahorro un dinerito para salir de esta cloaca y creo que es el momento de escapar. Mi intención es apartarme de esta urbe caníbal para concentrarme en la sensación de silencio que aporta una forma de vida ancestral, casi monástica, una conjunción de la personalidad. Se que eso también es una parte de la rendición burguesa y acomodada, la supuesta renuncia romántica de la vida ajetreada, pero demonios, cualquier mierda es mejor que esto y además, la oportunidad de hacer un mundo mejor se ha pasado. Todo acabaremos tragando la mierda que hemos ido acumulando.
Así pues, me marcho de la ciudad a un rincón apartado de la geografía de este país. No se si es la decisión correcta, pero allá vamos.