Otro ejemplo de triunfalismo americano que, en los tiempos que corren, tiene que obligarse a un mínimo de revisionismo y de cortesía hacia los vencidos, esta vez los japoneses.
De nuevo asistimos a una muestra más de la épica norteamericana que narra su relato de la segunda guerra mundial. Siempre me fascinó el desfile de cazas de combate, portaaviones, cruceros, tropas desembarcando allí o allá. Toda esa parafernalia belicista que nos ha acompañado durante casi un siglo y que ha determinado la ideología de la excepcionalidad americana.
Roland Emerich trata de elaborar una historia sobre la valentía, ferocidad y heroísmo que marcaron una de las batallas más importantes de la Segunda Guerra Mundial. Pero siendo honestos, en la época en la que vivimos, con todos nuestros nuevos retos, con toda la miseria dejada por las acciones de "la generación más grande", lo que se relata en esta historia no deja de ser aburrido, patético o lamentable. Ni el supuesto reconocimiento del papel japonés en la batalla, pueden esconder el hecho de que nos hallamos a un Independence Day con japoneses en vez de extraterrestres con los consabidos tópicos recurrentes en ficciones de este tipo. No falta el gallardo y valiente soldado manifestando desdén por las ordenanzas, los cerebritos en retaguardia reconocidos como piezas fundamentales de la historia o los altos mandos que reconocen y aplauden actitudes en un principio inadecuadas por la conducta militar. Todo es una celebración del excepcionalismo americano de nuevo cuño que ahora mismo es innecesario, un relato vacío de sentido y que sólo funciona como parte de la elaboración de un relato mitológico de aquella Segunda guerra Mundial que nos ha sepultado a generaciones posteriores. Es el momento de decir bien alto que esa guerra la perdió la Humanidad al perder el rumbo, al ver como civilizaciones con siglos de evolución intelectual se precipitaban a la oscuridad y como la nueva nación triunfante iba a ser la punta de flecha de una decadencia sin precedentes marcada por la cruelada, la indiferencia y la codicia.
Midway no habla de estas cosas, por supuesto, pero al final esto es lo que nos queda de aquella época en la que fracasamos como especie al arrojarnos sin pensar al abismo del conflicto permanente.