¿Qué hace falta para entrar en el Carnegie Hall? Práctica. Si matas a Mozart, tu entrada en la escena no puede ser más salvajemente trepidante que esta. Cuando era un crío lleno de ilusiones y con ganas de hacer cine me encontré con esta peliculita tan fresca como un baño de mentos al atardecer de Malibú.
Hay ciertas claves para que una delirante ficción como Last Action Hero funcione. En primer lugar el ritmo que imprime la banda sonora. Desde Megadeth hasta Aerosmith hay un desfile de bandas rockanrolleras que no dejan un respiro. En segundo lugar unas réplicas cachondas que Chuache suelta sin cortarse un pelo ante un público convenientemente desmadrado. En tercer lugar un escenario idílico y aséptico frente a un panorama urbano decadente y sucio que forma la escenografía contrapuntística de la peli. Y por último, en cierta medida, motivo de reflexión para ese peliculón, la puesta en escena de personajes fuera de su contexto, liberados de las ataduras de su guión, rompiendo la cuarta pared y dejando un sabor amargo en el cuerpo (bellísimo momento en el que Ian Mckelen encarnando a la muerte se permite aconsejar al protagonista para que encuentre la otra parte de la entrada).
Desde que ví esta peli en un cine de Valdemoro han pasado muchos años, he crecido y mi sueño de hacer cine se ha desvanecido como el celuloide con el que quería trabajar. Pero sigo aquí. Las mismas películas me llevan a los mismos parajes y me hacen amar el cine más que a nada en esta vida. Quién sabe si dentro de un puñado de años no estaré supervisando una escena en la que un tipo tiene que decir eso tan ingenioso de: "le he dejado helado, toma galleta"
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