Vivir la experiencia de trabajar de noche es del todo menos enriquecedor. Tienes el tiempo justo para trabajar con materiales defectuosos que no puedes reclamar porque todo el mundo ha ido a dormir mientras tratas de hacer lo posible por lidiar con fantasmas de todo tipo que pululan por las salas del lugar. Tu pequeño infierno se acrecenta mientras tu somnolencia va ganando terreno en el despuntar de la noche. Veo el reloj del ayuntamiento, el Banco de España y muy cerca el círculo de Bellas Artes.
La noche no ofrece refugio, ni consuelo, ni tan siquiera el vivo rostro de la tranquilidad. Por el contrario la perturbadora oscuridad me trae pesadillas de trabajos por hacer y nuevos infiernos que descubrir.
Si pudiera elegir trabajaría de día. La ciudad es de otra manera, mucho más generosa, más cálida y más abierta. ¿Qué hay de noche en Madrid? Equipos de limpieza derrochando agua, taxis, policía y prostitutas que esperan vender su cuerpo por unas monedas. Toda esa ponzoña puede arrastrarse por las alcantarillas humenates de una urbe sin civilizar. A pocos metros de aquí hay un vagabundo que trata de conciliar el sueño en un cajero mientras un ejecutivo esquiva su olor para poder comprar algo de diversión de alto standing.
No soy Travis, no tengo a mano mi taxímetro para conducir a la escoria de la sociedad a sus hogares. Vigilo simplemente, observo desde el Palomar de Gran Vía 1, una ciudad decadente sumirse en la noche mientras el sol trata de ganar terreno hasta el despuntar de la madrugada. Mientras tanto ni la policía nos protege ni la civilización permanece intacta.
Buenas noches, si es que podéis conciliar el sueño.
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