22.2.21

Saint Maud - Rose Glass - 2019 Alerta Spoilers

Existe un camino arriesgado y perturbador en el relato cuando el protagonista de la narración es indistinguble de un villano. Sucede en Taxi Driver, Nigthcrawler o Henry, retrato de un asesino. Al tener que empatizar, o al menos ser testigos de lo que depara al personaje, nos ofrecemos para acompañarle en su particular camino, allá donde nos lleve. 

Parrafito con Spoilers, ojito...

En Saint Maud, Morfydd Clark interpreta a una joven enfermera que tras una experiencia traumática se entrega a la religión en su versión más fanática y flagelante (en el sentido más literal del término, ojo). En su empeño por convertirse en la "salvadora" de Amanda (Jennifer Ehle), una famosa coreógrafa a la que atiende en su tratamiento paliativo del cáncer, inicia un ascenso de purificación. Todo apunta a que asistimos a una película de crecimiento personal, intercambio de puntos de vista vitales, amistad a través de la redención mutua... el melodrama de enfermera-paciente, pero no, ay amigo, NO. Tras la amabilidad inicial y el acercamiento de las dos mujeres, nuestra Maud revela que su particular manera de ver la salvación pasa por algo no tan amable, el dolor. El dolor como expiación y castigo casi a partes iguales. Sus oraciones arrodillada sobre granos de maíz o las marcas de arañazos muestran que los métodos de Maud están lejos de ser amables y compasivos. Confiando en que sus actos y caminos están dando frutos Maud  arriesga en su desprecio al tipo de vida que caracteriza Amanda. La severidad de Maud la hace caer en desgracia y en una secuencia de lo más asfixiante se ve acorralada por el modo de vida "disoluto" de su paciente. Humillada y dolida regresa a casa para caer un poquito más. Como Job, ella se siente matratada por su señor y emprendiendo un camino de autodestrucción se entrega con desgana y apatía a los vicios nocturnos (Alcohol y sexo). Pero todo en esa escena es perturbador e incómodo, siempre bajo su mirada vemos a una Maud perdida en esa vorágine y entregada con desgana a su particular infierno. Es terriblemente incómoda una escena en la que unos jóvenes beben y ríen de forma casual y Maud, siempre aisalada, sola en una mesa, les acompaña riendo por mero reflejo, provocando en los comensales una especie de rechazo visceral que nos descuadra aún más. Pero nosotro seguimos acompañando a Maud en su caida. En ese momento vemos los vórtices en vasos de cerveza, algo que asusta a Maud y que tan solo ve ella. Es posible que en su retorcida visión del mundo y amparada bajo la tutela de su adorada Magdalena se empeñe en encontrar una suerte de castigo en el sexo que mantiene con un tipo que encuentra en el pub. Maud vuelve a casa y descendiendo un poco más en su infierno nos muestra como bajamos nosotros con ella. Ha caído muy bajo, su empeño es severo pero honrado, quizá no nos caiga bien pero ¿quién no ha estado perdido alguna vez? En esa noche en la que su pasado, su fe y su misión parecen fallar, asistimos a la revelación en la que una voz parece conminarla a actuar. En este momento asistimos a un momento místico para ella pero terrorífico para nosotros, en el sentido que los elementos fílmicos son propios de una película de terror. Es entonces que el espectador se disocia de la experiencia de Maud pero sigue acompañándola toda la película. Maud quema su top de salir, se viste con una toga, fabrica agua bendita y emprende su cruzada para salvar a Amanda... en realidad la asesina tras entender que estaba poseída por algún tipo de demonio. Maud ha competado su misión, el sufrimiento y las penurias empiezan a tener sentido para ella pues ha salvado a Amanda del demonio de si misma. Tras la batalla sólo le queda trascender, y en la playa, bajo una espiral ascendente se prende fuego, dejándonos una visión beatífica de lo que ha hecho: alas angelicales, baños de luz divina, gente arrodilladada, una visión beatífica, corte a plano detalle de Maud carbonizada, corte a negro. La trascendencia de Maud nos sitúa a nosotros en una posición muy perturbadora, y el malestar continúa con el desarrollo de la música de créfitos finales. 

 Los elementos del film son clásicos del terror, demonios, atmósfera inquietante, oscuridad, sucesos sobrenaturales, el amparo de la noche... Sin embargo lo que percibimos como una suerte de posesión demoníaca Maud lo asume como un acercamiento místico a la divinidad. El director, que juega siempre con el punto de vista, emplea elementos del género con la iconografía religiosa cristiana y nos ofrece una visión de la experiencia religiosa en dos direcciones opuestas, una a través de la devoción de Maud y por otra parte empleando una atmósfera inquietante y opresiva que tiñe toda la película. El resultado es un relato verdaderamente perturbador, que bien podría estar firmado por Paul Schrader al mostrarnos ese espíritu atormentado que emprende un camino de dolor en su búsqueda de la divinidad. La disgresión entre la experiencia de Maud y la perspectiva del espectador es muy incómoda ya que el director nos muestra siempre el punto de vista de Maud, en ningún momento tenemos la certeza de que sus experiencias místicas sean reales, siempre introducidas por un elemento fantástico de forma privada o sesgada, lo que hace imposible aseverar si lo que ocurre en pantalla es  un acontecimiento real o fruto de la mente de Maud. Para ella sus actos forman parte de una cruzada para salvar a Amanda (Jennifer Ehle) antes de fallecer y a su vez el camino de salvación propio ante Dios. La referencia de William Blake también dota a la película de ese misticismo inquietante que nos deja con muy mal cuerpo al terminar pero siempre con la sensación de haber presenciado una hermosa pieza de horror. 

Salvación, misticismo, soledad, tormento. Elementos combinados de manera magistral para elaborar una película que no te deja indiferente y que te arrastra sin casi parpadear a un lugar muy inquietante de la psique humana.